Paseando por... "Del jardín del amor"
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Noches de jardín

Paseando por... "Del jardín del amor"

Se inaugura la sección editorial dedicada en cada número a reseñar una obra cuyo contenido o temática tenga que ver con el jardín. Empezamos con "Del jardín del amor" (1902) del aragonés José María Llanas Aguilaniedo.

Pilar Sánchez Laílla (Universidad de Zaragoza). Editorial | 28 ago 2019


 

“Yo debo ser hipermoderna, pues ni siento ni concibo otra belleza”.[1] 

 

    “Yo debo ser hiperantigua…” ¡Cuántas veces he podido utilizar esa expresión! Es muy curioso cuando de pronto la hallas casi igual escrita en un libro… Como si el autor o el personaje, aunque desde un contexto diferente, te estuviesen hablando a ti. Sucede de vez en cuando, en esos momentos en los que, aparentemente por azar, por algo que se nos escapa a la percepción consciente, la mente te lleva a seleccionar una historia que se adapta a tu estado de ánimo en un instante determinado. La literatura, el arte de transmitir con la palabra (o con la palabra hecha imagen visual, o audiovisual) tienen tal vez un componente mágico (lo real maravilloso…).

    Paseando por un jardín uno de pronto fija su atención: una flor, un insecto, una hoja, alguien que pasa… Metido en jardines literarios de repente un libro o varios, te llevan a una especie de contemplación interior de uno mismo. Esta sensación un tanto inexplicable es la que me llevó hasta este libro que hoy quiero traer a esta sección: Del jardín del amor (1902) del escritor oscense José María Llanas Aguilaniedo.

 

Por eso, los varones sabios se valieron siempre de la reflexión, imaginándose llegar de nuevo al mundo, reparando en sus prodigios (que cada cosa lo es), admirando sus perfecciones y filosofando artificiosamente. A la manera que el que, paseando por un deliciosísimo jardín, pasó divertido por sus calles sin reparar en lo artificioso de sus plantas ni en lo vario de sus flores, vuelve atrás cuando lo advierte y comienza a gozar otra vez poco a poco y de una en una cada planta y cada flor, así nos acontece a nosotros, que vamos pasando desde el nacer al morir sin reparar en la hermosura y perfección de este universo; pero los varones sabios vuelven atrás, renovando el gusto y contemplando cada cosa con novedad en el advertir, si no en el ver.[2]

 

    Paseando la vista entre los estantes de la biblioteca, vagando por ese jardín de la sabiduría que me trajo a la memoria la cita de Gracián recientemente leída, se posó casi sin advertir en este título. La lectura rápida y atrayente del texto suscitó mayor curiosidad por el minucioso estudio preliminar del Dr. Calvo Carilla. La protagonista, una heroína al estilo decimonónico, Mª de los Ángeles Pacheco, va relatando en una correspondencia epistolar sus sentimientos contradictorios, entre esas ansias de amor irrealizable y el hastío de la propia existencia.

 

“Mi tristeza no tenía fin. […]

Los rayos primeros del sol primaveral lucieron por último libres de nubes y paseé por mi jardín renovada. […] Una onda de idealismo sentimental y apacible me invadió. Parecían aquellas, floraciones humildes de mi pobre alma desgarrada. Invisibles casi, de los pequeños pétalos blancos o coloreados, subía al cielo un perfume de sutil delicadeza y amor. Nunca como entonces había sentido el poema de las mezquinas plantas que, sin precipitación a su tiempo, sin ambiciones ni esperanza de nada, abren su alma a Dios ofreciéndole cuanto tienen; la poesía de sus flores sin mancha, como estrellas variadas esparcidas en un cielo esmeralda.”[3] 

 

 

    El jardín se funde con las estrellas, como decía Gracián; “la noche oscura del alma” de la protagonista que encuentra en la creación natural una fuerza impulsora para trascender de sí misma. Noche y jardín se dan la mano en una creación artística casi poética que inunda los sentidos y alivia el alma atormentada de una mujer “prisionera de su privilegiado refinamiento interior y de una pasión amorosa que tiene las únicas reverberaciones posibles en su propio yo hipersensible y exaltado.”[4] 

 

    La novela es un estudio de la pasión interior, del “poema interior” de una mujer con una sensibilidad artística cultivada, cual jardín, con un mimo delicado que no siempre da sus frutos. La protagonista proyecta en esa noche estrellada que simula el jardín su atormentada voluntad que quiere ascender, sublimarse en la luz de la creación casi anticipándose a la poética de la vanguardia creacionista de los años veinte. “Como en los jardines juanramonianos -galantes, místicos, dolientes, el erotismo asciende por las laderas de lo sublime”.[5] El ansia intelectual y artística se transloca en un impulso físico, el de la pasión amorosa, sin la que es imposible explicar una experiencia mística (religiosa o artística). Esta es la clave y uno de los mayores logros que he sentido en esta novela. El jardín simbólico de una pasión: la de la búsqueda de un sentido ulterior a la vida en la trascendencia artística que se parangona a la amorosa. Un placer que estimula todos los sentidos, que enlaza y une dos almas, cuerpos o sensibilidades (los de los amantes, las del autor y el espectador de la obra artística), que calma las ansias y los sentimientos de abulia existencial que nos arrastran en algunos momentos en la vida. Pero pocos son los escogidos para sentir en plenitud esta conexión “intelecto-carnal”. Pocos son los sabios “que en el mundo han sido”… Es, en definitiva, el misticismo como una vía para entender el amor y el arte.

 

“Tengo una prensión terrible, que a ratos y casi desde niña me sobresalta; la de haberme equivocado de camino al entrar en el mundo. […] He visto bastante, y estudiado más que muchos hombres talentudos. No es esto muy corriente en la mujer, y soy la primera en sorprenderme de mi manera de pensar y hablar. Me sale de dentro; toda la vida he sido así.[6] […] Por todas partes hallo motivos de disgusto."[7]

 

    El capítulo X, el relato de la contemplación del ser amado “paseando por las salas de una Exposición de Pinturas” es sin duda mi capítulo escogido. Aquel en el que las salas discretas sirven de espacio armonioso para dos almas que “agonizan en paisajes vagos o extáticos […] consumidas por el fuego interior”. [8]

    Como para la protagonista, a los que “el oculto sentido de las cosas nos produce una extraña ansiedad” solo en el arte encontramos un “lenguaje conocido y simpático." [9]

 

    Para los que, por primera vez, o de nuevo, sentimos en cada paseo por el sabio jardín del arte esa “sensación de placer, indefinible, a flor de vientre”. [10] 

 

 

 

 


[1] Llanas Aguilaniedo, José Mª, Del jardín del amor, José Luis Calvo Carilla (ed.), Zaragoza, Prensas Universitarias, Colección Larumbe, 2002, p. 73.

[2] Gracián, Baltasar, El Criticón, Luis Sánchez Laílla, José Enrique Laplana, Mª Pilar Cuartero (eds.), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2016, Primera parte, Crisi 2, p. 22.

[3] Capítulo VI, Llanas Aguilaniedo, op. cit., pp. 45-46.

[4] Calvo Carilla, introducción a Llanas Aguilaniedo, op. cit., p. CXI.

[5] Ibidem.

[6] Capítulo II, Llanas Aguilaniedo, op. cit., p. 23.

[7] Capítulo IV, ibidem, p. 36.

[8] Ibidem, p. 73.

[9] Ibidem, p. 73 y 76 respectivamente.

[10] Ibidem, p. 78.

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