El jardín de estar
Noches de jardín Zaragoza / 2659-7578
Noches de jardín

El jardín de estar

Presentación acompañada de un relato.

Editorial | 31 dic 2023


Fiat lux

   Acaba un año (el de las trece lunas completas), con más pesadumbres de las que la vida nos tiene acostumbrados, pero, a pesar de todo, se ha hecho la luz en estas noches de jardín. 

   La presentación de este año es un cuento, dedicado con mucha emoción por la otra parte esencial que nos queda. Por lo que estuvieron, por los que están, por los que vendrán; siempre tendrán su acogida en este hogar, en este jardín de estar, un lugar donde aguardar el amanecer.

EL JARDÍN DE ESTAR


    El jardín es pequeño, muy pequeño, para disimular lo miden en pasos en vez de metros. Se accede por una puerta grande, de las que llaman de carro; en las jambas, en la parte de abajo, tenía sendas protecciones de hierro, para evitar los golpes de los bujes de las ruedas de los carruajes; pero ya no hacían falta y las quitaron; el dintel está muy elevado, el vano que hay hasta la puerta lo han cerrado con un friso de madera.
    A la derecha entrando hay un olivo y un pequeño abeto que riñen por hacerse un lugar en un reducido espacio. Hay una barbacoa de ladrillo, su chimenea está rematada por un sombrerete de monja, porque asemeja las tocas de una antigua orden de monjas; pero ya no se usa, solo sirve de soporte para las macetas.
    Tiene muchos árboles para tan poco espacio, todos compiten por sobrevivir, los naranjos, un limonero, pero sobre todo un grandioso laurel que cubre con su sombra casi todo el patio.
    Un tapial lo rodea, de ladrillo enfoscado rematado por un bardal con trozos de vidrio de botellas rotas para dificultar su asalto. Hasta media altura está solado con baldosas de colores verde y azul, con motivos geométricos que evocan las decoraciones moriscas.
    Hay muchas macetas, unas en el suelo, otras el alféizar de las ventanas, las más colgadas en las paredes; las hay de todos los tamaños, unas chicas que contienen las begonias, otras más grandes con los jacintos y los narcisos; las hay para los tulipanes, las calas y las petunias, pero sobre todo para los geranios, hay muchos geranios, los hay rojos carmesí, blancos y rosáceos.
     Una pequeña fuente remata el extremo derecho; es graciosa de pequeña altura, rematada por una esbelta figura de mujer desnuda, en una recatada postura sostiene el surtidor del agua; el suave murmullo del líquido elemento al caer resbalando por las paredes de la pilastra produce una gran paz.
     En una ventana hay un fraile con su vara y su capucha que indica el tiempo, era simpático y acertaba; en su interior tenía un trocito de tripa que con la variación de la humedad o la temperatura, como decía el dueño del jardín, se estira y se encoge como la picha de Jorge, y movía el bastón señalando el pronóstico y poniéndose la capucha.
    Una vieja hamaca, dos sillas de anea y un banco rústico completan el hermoso jardín que invita a descansar, a relajarse; era un jardín de estar.

 

    El jardín lo frecuentaba un joven mirlo, negro como el azabache, con un aguzado pico amarillo, casi gualda, como el de la bandera; en la primavera cantaba como los ángeles, se colocaba enseñoreado sobre la mujer desnuda de la fuente; desde allí controlaba su territorio, manteniendo a raya a los gorriones que se atrevían a picotear las migajas que el dueño les echaba a menudo.

    En el otoño aparecía un petirrojo, dicen que venía emigrado de Inglaterra, era pequeñito, rechoncho, vivaz, con una mancha anaranjada que se extendía desde la cara, el cuello y el pecho; era muy amigable, no se asustaba y a veces casi se le podría coger con la mano, se alimentaba de pequeños insectos y aquí surgía el problema.
    Al mirlo le gustaba escarbar en la tierra de la maceta de los narcisos, debía encontrar pequeños gusanos que le encantaban y no dudaba en esparcir la tierra por el suelo; al dueño del jardín le disgustaba porque todos los días tenía que barrer de nuevo el suelo; pero el dueño era un sentimental y no olvidaba que el joven mirlo se quedó huérfano muy joven, pues su madre, en uno de esos tórridos días de agosto buscó la sombra en el sombrerete de la chimenea de la estufa de la casa; calculó mal y se fue chimenea abajo y allí finalizaron sus días; en el otoño cuando se encendió la estufa se culminó su incineración.
    El petirrojo aprovechaba un descuido del mirlo y picoteaba en su maceta de narcisos, cuando el mirlo se daba cuenta partía furioso contra el petirrojo, que huía despavorido, era una relación de odio.
    Había un tercer personaje, un gato negro, feo como un demonio, con de pelaje raído que pasaba mucha hambre; era un gato vagabundo que se alimentaba de lo que podía, una lagartija, las más, de las obras que encontraba en la basura y las menos, de los ratones y pájaros despistados que se ponían a su alcance.
    Llegaba desde el corral del vecino caminando como si tal cosa por el bardal acristalado de la tapia y se ponía al acecho a ver si podía sorprender al mirlo; un día lo intentó cuando este picoteaba en los narcisos, pero fracasó, pues un agudo picotazo de su afilado pico en un ojo del gato a punto estuvo de dejarlo tuerto. Y a no lo volvió a intentar, pero el hambre le aguzaba el ingenio y esta vez recabó en el pequeño petirrojo.
    Era una tarde gris de invierno, el cielo encapotado, cubierto de negras nubes que presagiaban tormenta, el bronco viento ululaba como un quejido sobre las ramas del laurel; el petirrojo estaba ensimismado en su picoteo entre los narcisos, el gato se deslizaba arrastrando su barriga sobre el suelo, oculto entre tiestos de las macetas, cual tigre en posición de abalanzarse sobre su pieza; el mirlo fruncía el ceño y observaba la escena desde su atalaya.
    La tragedia se cernía sobre el patio, pero cuanto el gato tensaba sus músculos para el salto final, el mirlo se lanzó en picado con su afilado pico, cual lanza en ristre, y asestó un tremendo picotazo en lomo del gato que quedó medio baldado. Mirlo y petirrojo quedaron juntos en el tiesto de los narcisos, ya no hubo más disputas territoriales.

 

    Y llegó la primavera y hubo una explosión de color, todas las plantas florecieron, el azahar de los naranjos inundó con su aroma el jardín; el mirlo inició sus deliciosas sesiones de canto y el petirrojo se volvió a su país con el buen tiempo; el sonido del agua de la fuente en su caer sobre su plato trasmitía una sensación inusitada de paz. Era un jardín de estar.

                                                                                                                                       F.S.

                                                                                                                  In memorian Mª Carmen Laílla

Temas relacionados:

jardín

estar

editorial

revista

Índice 31 dic 2023
ÍNDICE nº 5 (2023)

Equipo de redacción 31 dic 2023
Equipo de redacción nº 5 2023

De paseo por el jardín 31 dic 2023
El jardín de estar

Presentación 12 sep 2023
A la espera del amanecer

Presentación 12 sep 2019
Discurso de presentación