De paseo por el camino a la luz de las estrellas: "La soledad de la alegría" de Juan Andrés Pastor
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Noches de jardín

De paseo por el camino a la luz de las estrellas: "La soledad de la alegría" de Juan Andrés Pastor

Reseña y breve antología del libro "La soledad de la alegría" del brillante poeta estellés Juan Andrés Pastor, autor también de las fotografías artísticas que acompañan este artículo.

Pilar Sánchez Laílla | 11 sep 2022

Fotogalería

Si todo fuera un abierto jardín y la alta mirada para verte

“Del Café”. La soledad de la alegría (p. 122)

    De la luz, brindando por ella (“Lejaim")1 llega el milagro de los versos (en forma de beso o de caricia al oído cuando el autor les da su voz) de Juan Andrés Pastor, hilando nuestros paseos por el jardín y haciendo un juego de colores poéticos en cada una de las teselas (a modo de estelas) de la senda literaria y vital.

“Sabíamos que ya no había estrellas en tu jardín,

 ni lo tienes, ni hace falta” (p. 83)

    Hay momentos vitales en los que uno se olvida leerse en los recuerdos y buscar su sitio, el de las estrellas. En esas noches de jardín, como estas que nos acompañan en el camino desde hace ya la fortuna de unos años, nos ha llegado La soledad de la alegría, de Juan Andrés Pastor. No se puede definir mejor al poeta de lo que él mismo lo hace hilando y bordando un mosaico de palabras en una cadencia perfecta: “Yo soy de esos que atesoran proximidades que nunca propusieron”, de los “de esperar” sin desesperar y que “luego saben beberse la media docena de alegrías que escancia la vida” y de los que se sientan “en la esquina de un banco y [saben] que la vida está a mi lado” (p. 39). Llano, esperanzado, brindando por la luz y la vida se nos presenta entre las manos este libro. Portada sobria, en blanco y negro, en esencia de opuestos, con ese aire solemne que recuerda al cine de la época del Jazz (así se llamaba su querido perro, presente en muchos versos). Este poeta “como buen estellés, un judío “con-verso” (p. 95) es “de lágrima fácil, de pasear contento” (p. 69). A ambas emociones nos invita con su libro en esta sección de paseo por el jardín.

    Debatía el autor en la presentación del libro con su apreciado y admirado maestro, Ángel de Miguel, sobre el recurso literario que encierra el título. En efecto, dos términos aparentemente antitéticos se complementan, como el blanco y negro de la cubierta: un contraste complementario, “solo un contraste,/ un acento en la palabra sin tilde de la vida,/ el subrayado de un libro/ que vuelves a leer para encontrarte” (p. 120).

    Es cierto, Juan Andrés, no hubiese sido lo mismo “La alegría de la soledad”, porque la soledad no es alegre, es una “necesidad sin compañía, un olvido olvidado” (p. 16) y una “partitura silenciosa rimada” (p. 26). Mirarse en esa soledad en luz, con el silencio sonoro de la cadencia de las campanas que laten y de la palabra que nos toca el corazón, nos alegra el curso de ese río que es la vida, con el rumor sonoro del agua que pasa y nos hunde en ensoñaciones tal vez no compartidas que nos hacen dudar qué es cierto en cada orilla. Esa soledad vital es luz y camino hacia el autoconocimiento, hacia la comprensión profunda del ser y el saberse humano, hacia sus abismos cavernosos y hacia la luz del encuentro en esa escondida senda, camino de la alegría, por la que “solo unos pocos sabios han sido”.

    La poesía es, de este modo,“hablar solo”. En sus conversaciones íntimas Juan Andrés Pastor nos alumbra como un místico, alegre pero solitario, que armoniza el silencio con la palabra esencial, con la rosa del silencio que es la poesía.2

    Cuando le conocí, de su voz sonora y radiofónica brotaban conexiones históricas y humanas con el fruto de la vid que auguraban el hallazgo de otra fuente castalia. La voz que tras los conocimientos escondía el manantial poético de su rima, como la “Quaderna Vía”3 de las bodegas por las que nos guio cual Virgilio, permitía adivinar su maestría literaria. No es fácil ser poeta, ni encontrar un hemistiquio,4 pero Juan Andrés sabe jugar con la tradición de los sonetos (fechos al “japanés”5 modo) al verso más libre, narrador de vivencias primeras.

    Leer su poemario es aprender del aire, de los suspiros lanzados al viento que nos encuentran en la distancia y se convierten en susurros de sueños íntimos. El sueño, uno de los temas principales de su obra, se presenta como el recuerdo que nos mantiene esperanzados entre el suspiro (la queja del alma), la esperanza y los miedos. Y es que de sueños, de emociones íntimas, de esperanza y de alegría nos habla su poesía, fundidos en el beso de la palabra y el amor: “que la luz y que el sueño/ que al final es lo mismo” (p. 45); “Cuando cambie el viento/ me llevará hacia tu lado,/ al lugar de la luz/ donde giran los sueños” (p. 47).

       Los 101 poemas son imagen de ese espejo “en nuestro cielo estrellado” del jardín en el que lo unitario (la soledad) se refleja para multiplicarse en la eternidad de la nada (o del todo), ese infinito donde convergen las estrellas de la luz del autoconocimiento. No en vano, uno de los ejes temáticos del libro es su amada ciudad, Estella-Lizarra, donde la mística soledad del Camino de Santiago converge con la alegría universal del conocimiento entre culturas representado por la estrella.

   

    Estos poemas son, parafraseando los versos del autor, caligrafía del viento (p. 106), de la vida de cada ser humano que tan pronto es una costumbre que se aburre como un paraguas de paciencias que de repente se nos pasa por delante y nos sonríe y se confunde con la noche. Esa vida que duele, de la que no esperamos nada a cambio, solo ser, que ya es bastante. Esa vida que no es un destino sino un escenario despejado en el que tratamos de actuar representando uno y cientos de papeles para encontrarle un sentido, sin una dirección concreta. La vida se confunde con el sueño, con la noche. Y en ese momento de oscuridad, el amor, unido con el arte y la literatura nos redime, “como un beso [verso] a la puerta de la vida” (p. 118).

    Resulta una misión compleja elegir algunos de sus poemas a modo de antología para esta reseña, máxime cuando cotidianamente se tiene el lujo de amanecer con su palabra esencial en el tiempo (la poesía) vibrando con sus imágenes al unísono en las redes sociales.6

Eres sol y estrella (p. 85) y astro considerado (p. 87) y la luz (p. 89):

“Eso es vivir:/ inventar los colores,/ contar pájaros nuevos con los dedos/ y detener el tiempo contemplando”.

“No podemos quedarnos a las puertas/ cuando siempre es simplemente/ un adverbio que juega con el tiempo” (p.116)

"Eres una catedral de luz luminiscente" (p. 56)

    “Ya no hace falta hablar”. Juan Andrés nos regala la rosa del silencio, dejándonos a la espera de su voz. Su nombre se ha añadido ya a nuestras nuevas memorias poéticas. La poesía seguirá siendo la misma luz, pero ahora iluminándonos desde su Estella.

“La luz se derrama en una partitura victoriosa,

puertas abiertas de par en par,

campanas sin reloj

y jardines sin espejos”

Expresión hebrea utilizada para el brindis. Es el título de unos de los poemas del poemario (p. 53).

Sobre estas cuestiones, a propósito de la poesía de Ernestina de Champourcín versaba la sección “de paseo por…” del número 2 de 2020 de esta revista: “El lugar de la poesía misma en el que florece la palabra, como la rosa, en medio de las sombras de la naturaleza. El jardín es el paraíso terrenal en que las luces misteriosas amanecen abriendo a la claridad la revelación del misterio divino de la Creación” [https://www.revistanochesdejardin.com/de-paseo-por-los-jardines-eternos-de-ernestina-de-champourcin-con288873].  La fusión de la rosa con la luz, imagen del arte y de la poesía, se ve muy bien en los rosetones del arte gótico: “eres una catedral de luz luminiscente” (p. 56).

“Todos los sueños se conjugan en un tiempo futuro/ donde la uva es vino” (p. 15). Las bodegas Quaderna Vía se encuentran en Estella, la ciudad de nuestro poeta y un punto crucial que ilumina el Camino de Santiago. Estas bodegas de vino ecológico hermanan la naturaleza, la historia y el arte en el vino, símbolo religioso de la divinidad, de la eternidad y de la palabra (“en el origen era el verbo”), la poesía que se escancia como el licor suave en cada etiqueta de las botellas de reserva. Una delicia para todos los sentidos la visita a estas bodegas. Uvas y vendimia están presentes también en el poema “Arañazos” (p. 70).

Véase la homónima y divertida comedia de José Luis Cano publicada en este mismo número.

Adjetivo creado por Ángel de Miguel en la presentación del libro a partir de las iniciales del nombre y los apellidos de nuestro autor: Véase vídeo de la presentación en https://www.facebook.com/557459092/videos/3352512381688166/ (aproximadamente min. 38).

Uno de los ejercicios que esta revista plateó desde sus inicios fue animar a la escritura literaria a partir de las imágenes artísticas (profesionales o no) de nuestra galería. Juan Andrés brilla también al poner imágenes a sus palabras, siendo un reflejo espléndido del tópico “ut pictura poesis” que da título a una de nuestras secciones. Una buena muestra son las fotografías artísticas que ilustran este artículo.

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