Todo sirve
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Noches de jardín

Todo sirve

Relato de Carlos Ortín sobre un peculiar maestro.

Carlos Ortín | 31 dic 2023


    Yo, entonces, tenía siete años.

    Recuerdo que estábamos en clase de Ciencias Naturales.

    Nuestro profesor se llamaba don Vicente y llevaba una boina negra en la cabeza y una bufanda gris en el cuello, tanto en los meses de invierno como en los de verano. Eso era algo muy sorprendente para nosotros, los niños de su clase.

     Cuando don Vicente llegaba al colegio se ponía una bata azul encima del traje para no manchárselo con la tiza de la pizarra.

    Además, llevaba siempre en la mano, como si fuera un garrote, una larga regla de madera.

    Don Vicente era calvo debajo de su boina, con unos pocos pelitos encima de sus orejas de soplillo. Tenía una sola ceja muy grande y espesa que parecía un arbusto sobre sus ojos, pequeñitos y muy juntos, a los lados de una nariz gorda y roja con forma de pera.

    Ese día nos estaba explicando para qué sirven todos los animales que hay en el mundo, porque él pensaba que todos los animales del mundo sirven para alguna cosa.

    Don Vicente decía:

—¿Para qué sirve la vaca? Pues la vaca sirve para muchas cosas: gracias a ella tomamos la leche del desayuno. También podemos comer queso y chuletas. La caca de la vaca es buenísima para abonar y fertilizar los campos. También, con la piel de la vaca, se hacen abrigos y zapatos.

     Entonces, todos decíamos ¡ooooh! y ¡aaaah!

    Don Vicente continuaba hablando y decía:

—¿Para qué sirve el cerdo? ¡Buenooooo! del cerdo se aprovecha todo, y que rico está, hasta lo más pequeño: la oreja, el morro, el rabo y… ¡el jamón! Y con sus pelillos se hacen los cepillos de dientes.

     Entonces, todos decíamos ¡ooooh! y ¡aaaah!

     Don Vicente siguió hablando:

—¿Para qué sirve la abeja? Pues la abeja es un animalito muy trabajador que está todo el día saltando de flor en flor para hacer que los campos estén muy hermosos. Y no olvidéis que las abejas fabrican la miel. ¡Ah! Qué buena y dulce está la miel…

     Entonces, todos decíamos ¡ooooh! y ¡aaaah!

—¿Lo veis, chicas y chicos? ¡Qué sabia es la naturaleza! Todas, absolutamente todas las criaturas que hay sobre la tierra tienen mucha utilidad para el ser humano. TODAS las criaturas, hasta las más diminutas. Porque la madre naturaleza es muy lista y no hace las cosas porque sí… Bla, bla, bla…

     Yo estaba escuchando la lección de don Vicente y, aquello que dijo sobre las criaturas más diminutas me hizo pensar que no estaba de acuerdo con eso de que TODOS los animales sirven para muchas cosas. Porque me acordé de una mosca fastidiosa, fea y asquerosa que me estuvo fastidiando el día anterior, todo el día dando vueltas sobre mi nariz y haciendo BZZZZZ, porque como estábamos a principios de curso, en septiembre, las moscas estaban de lo más tontas. Pensé que las moscas no sirven para nada. Las moscas no dan leche ni jamón, ni miel, ni nada. Y tampoco nos comemos las moscas, que yo sepa.

    Entonces, me levanté sin pensarlo demasiado y le pregunté a don Vicente:

—¿Y las moscas? ¿Eh? ¿Para qué sirven las moscas?

    Yo estaba seguro de que don Vicente diría: «Ah, pues es verdad, tienes razón, Carlitos, ¡las moscas no sirven para nada de nada!», y entonces todos nos reiríamos mucho.

    ¡Pero no! Tras un segundo de duda, y mirándome fijamente —¡pero que muy fijamente!—, me contestó:

—Pues… claro que sirven… Las moscas, esos animalitos de la naturaleza, sirven para muuuchas cosas.

    Yo también miraba a don Vicente muy fijamente.

    Mis compañeros y compañeras también miraban fijamente. Unos me miraban fijamente a mí, y otros, a don Vicente.

    El profe continuó hablando:

—Has de saber que, hace muchos siglos, un pastor llamado Viriato, que era el capitán de los campesinos de la península ibérica en lucha contra los invasores romanos, dormía plácidamente en su tienda cuando, con gran sigilo, entró en ella uno de sus propios soldados que, pagado por los enemigos, se disponía a traicionarle acabando con su vida de una puñalada en el corazón.  cuando ya estaba a punto de hacerlo, de pronto, una pequeña mosca fue a posarse sobre la nariz de Viriato que, molesto, se despertó y quiso espantarla. En ese momento vio al infame traicionero, se pusieron a luchar y Viriato ganó el combate. Gracias a ese pequeño insecto Viriato salvó la vida y pudo continuar con su lucha contra los romanos.

¿Ves, Carlitos, como las moscas son muy útiles?

    Yo, sorprendidísimo, y con la boca abierta, dije:

—Pero… ¡eso es una casualidad!

    Don Vicente me contestó:

—¡Nada de casualidad! ¡Ya os he dicho que la naturaleza es muy sabia y no hace las cosas porque sí, y bla, bla, bla!

    En ese momento, una mosca bastante grande fue a posarse en la narizota de don Vicente, que, sin darse cuenta, hizo:

¡PLAS!

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