Me queda un regusto amargo en la boca al cerrar el libro. Quizá Dios sintió esto al culminar su creación. El último trazo de tinta se seca, apagándose la música mental. Finalmente, todas las aventuras que he formulado quedan reducidas a mero silencio. Debería sentirme dichoso por haber escrito esta novela. Y sin embargo, tras tantos meses en vuestra compañía, la amargura ha llegado a mi casa, sola y vulnerable. Al momento, percibo que no es solo eso lo que llega. Sin buscar, encuentro vuestras voces aun con el libro cerrado. Y comprendo nuestra eterna verdad. Es hora, personajes, queridos hijos, de que el mundo os conozca.