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"La casa de papel": una novela coral y “de la vida interior de una partida de ajedrez” en formato televisivo. La fama internacional de esta serie que acaba de estrenar su tercera temporada sirve de reflexión literaria; no en vano, el cine y las series son una forma moderna de narración que cala con fuerza entre el público más joven.

Sonia González Martínez | 28 ago 2019


   

    La casa de papel, con ese título metonímico se refiere al escenario principal en el que transcurrirá la trama: la fábrica de moneda y timbre, donde va a tener lugar el atraco mejor concebido de la historia.

    Sin embargo, ni el escenario ni la trama principal son lo más destacado de la serie. Se trata de una novela coral, de personaje colectivo, al estilo de las novelas contemporáneas españolas como La colmena de Cela (aunque el orden cronológico sea lineal, con pequeñas anticipaciones y retrospecciones narradas por la voz en off del personaje femenino de Tokio).

 

    En este breve artículo, y sin destripar (prefiero el término español al uso eufemístico del anglicismo spoitler), empezaré por un repaso de los principales personajes. Todos son los protagonistas, pero no por ser personajes, sino porque reflejan muy bien en innumerables ocasiones a lo largo de las tres temporadas que lo importante son las personas. Desde el primer capítulo el mensaje de fondo es claro: ha de ser un robo, pero sin víctimas. Esta es la consigna principal compartida por toda la banda de atracadores capitaneada por el profesor. Toda la planificación del asalto es una estudiada partida de ajedrez (aunque ya se preludia la dificultad de que no haya pérdidas humanas para llegar a un jaque).

 

    Personajes aparentemente secundarios como Allison, hija del embajador inglés, o el propio embajador que apenas aparece son, no obstante, las piezas claves del asalto en la primera temporada. De este modo, dos personajes secundarios (más bien episódicos) son las piezas clave de la partida (la reina y el rey),  mientras que los protagonistas son los peones, ocho justamente, meros ejecutores del plan. Todos los peones llegan a su destino, primero en el espacio de la “casa de papel”, y se irán cambiando por diferentes figuras hasta el final de la trama: a ratos caballos saltándose las normas, alfiles avanzando en el objetivo pero en diagonal, dos torres arrasando directamente por la fuerza (Oslo y Helsinki), introduciendo algunas variantes no planeadas en el ataque directo inicial (cuando se establecen relaciones personales profundas y prohibidas en un tiempo casi récord)…

 

    Empecemos por el profesor. ¿Quién es en realidad? ¿El jugador principal en duelo con la inspectora al mando? Resulta curioso que es el único personaje protagonista que no tiene nombre de ciudad. Él es el ejecutor del plan maestro… De ahí su nombre. No es jefe, ni líder… Es profesor, maestro (como en el ajedrez) y no en vano ha escogido el creador de la serie este nombre. ¿Cuál es el requisito principal que se le pide a un profesor para el ejercicio de su profesión? Un título, otro “papel” que deberá ser “compulsado” en infinidad de ocasiones hasta que por fin consigues ganar la partida de obtener un puesto fijo como docente en la administración pública.

 

    No sé si les sucederá a ustedes, lectores de esta reflexión televisiva, pero a mí me resulta una historia para fijarse en los detalles, de esas historias que necesitan especial atención (y que los directores resaltan con exquisitez en espléndidas tomas). Pero, a pesar de ello, por más que me fijo, pocas veces he visto al profesor con “papeles” (uno de los elementos definitorios más característicos de los maestros). Como mucho algunos cartapacios (¡qué bonita palabra!) en un momento determinado del que evitaré hacer spoitler… (otra “bonita” palabra, de nuevo). ¿Por qué sabemos que es profesor? Me viene a la mente un chiste del eterno Gila…

“-Usted es bombero.

- ¿Cómo lo sabe?

-Por la mirada, la postura, el casco, el uniforme, la manguera, el camión…”

 

    En el profesor lo sabemos por las retrospecciones en las que se cuenta cómo se planea el asalto a la fábrica de moneda. Sus secuaces son adoctrinados en un aula, con sus pupitres, su pizarra, sus sillas pequeñas (en exceso para personajes del volumen de Helsinki y Oslo). De este modo se nos predispone positivamente hacia los asaltantes: no son delincuentes sin más, son alumnos, personas educables (y ¿reinsertables socialmente?). Y además alumnos uniformados, que deciden perder su identidad (pasan a ser como los pupilos universitarios, como se suele decir: un número… en este caso una ciudad). 

    El profesor se distingue por su barba, sus gafas, su camisa con chaqueta y corbata, representando una figura un tanto clásica y seria de la figura del maestro a la antigua usanza. Impone las normas claras desde un principio: la primera regla es que no haya relaciones personales entre ellos. Y es ahí donde el plan magistralmente trazado durante cinco años hará aguas… Como si de una oposición se tratara ha preparado concienzudamente un plan, estudiado todas las variables, pero, al final, el azar, el factor suerte, y los sentimientos y estados anímicos de las personas, incontrolables, ahogan su trazado estratégico. Porque las personas podemos cambiar de nombre o de cara, pero no de carácter o personalidad…

 

    Y en relación a la personalidad... ¿Por qué tanto detalle a esas gafas también como rasgo aparentemente identificativo del profesor? Me recuerda la función de máscara (diferente a las de Dalí que llevaran peones y rehenes) que tanto hace en personajes masculinos como Superman- Clark Kent… A la inspectora no le interesa un Superman, se enamora sin saber quién es el cerebro fuera de lo común que ha elaborado un plan de asalto tan fuera de serie. Se enamora de la persona, de su vulnerabilidad representada en esas gafas que mantiene puestas incluso en los momentos más íntimos de relación. Sus gafas son su verdadera identidad, diferente a la de los peones (figuras igualadas por la uniformidad de la vestimenta y de la máscara): Tokio, Nairobi, Denver, Río, Helsinki, Oslo, Moscú y Berlín.

 

    Me detendré solo en uno de ellos, el que para mí es el antihéroe: Denver. Con esa fachada de macarra y esa risa ridícula (recuerda a personajes cómicos entrañables como el Luisma de la serie Aída) y esas pocas luces que son solo superables por su gran corazón. Es el antagonista de otro de los peones que destacan por la vileza de sus hazañas. Me refiero Arturo, “la rata”, apodo que le define en sus movimientos y en sus actuaciones. Desde el primer momento nos lo presentan como la peor calaña humana, despreciando su paternidad fruto de una infidelidad, con una cobardía extrema que va in crescendo a pesar de los escasos conatos de valentía. Me viene ahora a la mente el personaje de Alfredo Landa en Los santos inocentes recogiendo las perdices del señorito como un perro… Así es Arturito “el rata”. Su condición de rehén no lo convierte en una víctima sino en un ser mucho más vil y despreciable que Denver, su antagonista y rival por el amor de la secretaria y por su dulzura y ternura con los más débiles que esconde como una sorpresa bajo su apariencia de matón del grupo.

 

    En este triángulo amoroso aparece otro personaje (casi siguiendo el patrón de la Comedia nueva barroca, el padre de uno de los enamorados), Moscú, padre de Denver, ilusionado, trabajador infatigable y voz de la experiencia cariñosa y comprensiva al que es imposible no querer…

 

    Basten estos breves apuntes… Vean la serie y juzguen la calidad artística y humana de este éxito televisivo y encuentren su propia clave interpretativa.

 

 

Nota del autor: Las imágenes han sido obtenidas de los siguientes enlaces:

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Papeldali.png#/media/File:Papeldali.png

https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Casadepapelwordmark.png

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